MIÉRCOLES 4 DE JUNIO - HOMENAJE A EDGARDO CHIBÁN


CINÉFILOS A LA INTEMPERIE de Carlos O. García y Alfredo Slavutzky. Argentina, 2005

Una película singular y realizada fuera de los canones de la producción tradicional, que tiene a Edgardo Chibán, que es salteño entre sus cinéfilos. 



SOBRE CINEFILOS A LA INTEMPERIE 

CINÉFILOS A LA INTEMPERIE permite seguir reflexionando sobre los cambios en la cinefilia local, el estado de la crítica y el paso del tiempo.
Estaba ordenando el escritorio y me encontré con un DVD que Carlos O. García me dio en un pasillo durante el último BAFICI, aunque la película se dio en el festival hace un par de años.
fue filmada por el propio García y Alfredo Slavuztky entre 1989 y 1990, pero se montó recién en 2005 y su existencia posterior fue casi tan invisible como la que sucedió a su rodaje: no se transformó siquiera en una película de culto.

Es cierto que se trata un film inasible. Por un lado, varios de sus protagonistas murieron o desaparecieron de la luz pública.

Pero, sobre todo, da toda la impresión de ser una película de una minoría, sobre una minoría y para una minoría. "Este film documenta el estado de la cinefilia argentina hacia fines del siglo XX", dice la caja, y la verdad es que su tema no resulta en principio apasionante y hasta es probable que no lo sea.

Esto es así por dos razones, una buena y otra mala. La mala (o la buena, depende desde donde se mire) es que la cinefilia nacional era ya entonces, hace veinte años, una pasión crepuscular. Mucho antes de lamentos como aquellos de los que nos ocupamos en la columna anterior, en esa época ya se hablaba del cine como de una batalla perdida, como una pasión sin esperanzas, amenazada por el cierre de las salas, la muerte de los grandes maestros, la ineptitud de sus discípulos, la pobreza de la cinematografía local y el desinterés de los consumidores. De hecho, la visión más pesimista entre los críticos actuales resulta más optimista que la que deja traslucir la película, filmada en el momento en el que aficionados y sociólogos empezaban a coincidir en que al cine le quedaba poca vida.

Pero la otra razón es muy curiosa. Aunque hay argumentos para sostener que se trata de un documental (los personajes hablan de su infancia en el
cine, de sus directores preferidos, de sus rutinas y de sus obsesiones),  es más que nada un juego inteligente planeado por Rodrigo Tarruella y los realizadores.
Consiste en simular una serie de entrevistas y dejar que los entrevistados reaccionen frente a la cámara con distintos grados de complicidad -desde la respuesta solemne al guiño intencionado- mientras se juega, al mismo tiempo, a otro juego que consiste en hacer una película. Es decir a elegir locaciones, plantear un travelling, disponer las figuras en el cuadro, disfrutar del aire libre.
El resultado es muy raro. Por un lado, aparece Adolfo Aristarain diciendo más o menos lo que ha repetido en docenas de entrevistas, el filósofo Alberto Delorenzini hablando de cosas muy difíciles o Tito Vena mostrando sus homéricas recopilaciones de datos.
Pero también se lo ve a Edgardo Cozarinsky con una inexplicable rosa en la mano (¿la de Coleridge, de la que hablaba Borges?) o a Tarruella, deambulando con una planilla que pretende ser una encuesta o tal vez un guión y haciendo comentarios tan amables como sarcásticos frente a las respuestas de sus interrogados.
Lo que más llama la atención y le da su tono a la película es lo distendidos que están los invitados, como si hablaran desde una burbuja en el más allá, como si quisieran -en palabras de Jorge Acha- dejar un mensaje para los antropólogos del año 3000.

Los
cinéfilos de fines de los 80 parecían gente de buen humor: hasta Jorge García resulta un tipo bien dispuesto. Pero, de todos modos, la película sería otra sin la participación de Acha, que interpreta el juego como nadie y produce un par de intervenciones geniales, seriamente desopilantes. En una de ellas, se asiste al siguiente diálogo:

Acha: El
cine es perjudicial, en general el arte es perjudicial. Es parte de la involución, del fracaso del hombre. Las cucarachas no hacen más arte, tal vez lo hicieron en alguna época hasta que encontraron la forma en la que tenían que vivir.

Tarruella: Pero las cucarachas cucarachean, no pueden hacer otra cosa.

Acha (imperturbable): No te creas, me parece que decidieron hacer un poco menos para poder vivir más. El arte es una señal de que el hombre no ha podido alcanzar lo que debía alcanzar y entonces lo recrea.

Artista plástico y cineasta experimental de Miramar, Acha filmó tres largometrajes (
, el inconcluso ) que nunca se estrenaron comercialmente, pero dejaron una impresión notable entre quienes tuvimos la suerte de verlos.
sugiere que nunca le prestamos suficiente atención al personaje.

En otra escena, preguntado por el miedo en el
cine, dice que lo aterrorizan las películas familiares, los cumpleaños y los casamientos porque la muerte está allí presente como nunca. Especialmente, dice:

“Cuando alguien saluda así a cámara, así como lo hago yo en este momento, ahí cagó: eso es jugar con la muerte y es peligrosísimo.”


Acha murió unos años más tarde, cuando apenas tenía cincuenta.
También murieron Tarruella, Vena y Edgardo Chibán, gran cinéfilo salteño.
Los otros están invariablemente más viejos, incluido un columnista de este sitio.
Hay una gran melancolía en la película que se transmite a todos los que conocimos a sus personajes. Pero también, casi milagrosamente, prevalece otra sensación: la alegría de un juego para muchachos grandes que nunca dejaron de ser niños y nos hablan desde una noble y despreocupada inocencia, una inocencia que se revela de otra época a pesar de que no es tanto el tiempo transcurrido. Ese es el secreto que, sin duda, no escapará a los antropólogos del próximo milenio.
http://www.otroscines.com/columnistas_detalle.php?idnota=1787&idsubseccion=11

“Cinéfilos hablando de cine. Un merecido canto a sí mismos entonado por hombres que mentan un pasado en donde se asentaron sus historias personales, sus particulares mitos y manías. Todos sus ayeres confluyen en el cine, el hechizo por el que se hicieron hombres. 

Cinefilia como territorio mórbido, convivencia de pasado y porvenir. 

La película registra esos equilibrios extraños, esa particular forma de vida y saber ignorada por la cultura oficial, sobreviviente a todas las tempestades del último medio siglo.

Algo querrá decir que muchos de los testimoniantes estén muertos o expatriados, o que sostengan sus carreras cinematográficas en un empecinado equilibrio entre dos mundos (Aristarain, Cozarinsky).

Cinefilia como melancolía y conflicto. Pagés y Tarruella dan cuenta de ello, aferrándose al cine como efímero territorio de resolución, como improvisado auditorium de su magisterio discreto.

También Jorge Acha, uno de los magnéticos ejes del film, una especie de stand up comedian aterradoramente lúcido, saludando a futuro a su propia y cercana muerte, poniéndole el cuerpo a la certeza de que el cine y la vida terminan siendo la misma cosa.” 

Eduardo Rojas